Los comienzos del control del paso del tiempo por parte del
ser humano
se basaron en una mera observación del día y la noche,
así como los
ciclos de la luna. El primer reloj difería mucho de los actuales,
tanto
respecto a su forma y tamaño como a su mecanismo; se trataba
de una estructura
que, por su ubicación y disposición, proyectaba
su sombra con la luz solar
sobre un círculo en que se disponían los
momentos del día. Se dice que existió
en China alrededor de 3000 años
antes de Cristo, aunque también fue adoptado
por los egipcios
y los Incas. El punto débil de dichos relojes, como es de
esperarse,
eran las horas de poca luz y los días nublados.
Los romanos tuvieron una idea ingeniosa que sobrellevaba
esta imposibilidad de medir el paso de las horas en momentos
de poca luz:
consistía en hacer pequeñas marcas horizontales en las velas,
dispuestas a lo
largo y dándoles un aspecto similar a una regla,
basados en el conocimiento
previo de cuánto se derretían en un
determinado período de tiempo.
El reloj de arena fue sin duda una de las creaciones más
trascendentes
en lo que al tiempo se refiere y gozó de un gran furor durante el
siglo III.
Sin embargo, no fue tal la fama de su predecesor, la clepsidra,
un
dispositivo que utilizaba agua que se trasladaba de un recipiente a otro.
De
todos modos, este último fue utilizado en Babilonia,
Egipto, Grecia e incluso
Roma.
El nacimiento del reloj mecánico data del primer cuarto del
milenio pasado;
documentos de Alfonso X “El Sabio” hablan de su existencia
alrededor del año 1267. Leonardo da Vinci y Galileo son algunos
de los
personajes históricos que han sido responsables de la evolución
y
perfeccionamiento de este sistema. El reloj más antiguo del mundo,
que data de
la primera década del 1300, se puede
encontrar en la Catedral de Salisbury.
Fotografía: Jesús Jiménez Gómez
Fuente: Definición de.
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